lunes, 5 de mayo de 2014

Vida fugaz







 Vida fugaz.


Han muerto los pastos, las vacas solo comen tierra, rumean polvo con sus ojos cansados, hartos de mirar la lejanía, de ver irse hijos, hijas y familiares que no vuelven más. Sufren pero esa conciencia les dura poco, la naturaleza se las ha retaceado y cuando ven a los hombres acercarse sobrevive solo una llamita que ya no es de furia, ni bronca, tan solo les produce desconfianza.
Hace rato ya del fuego que consumió la paja vizcachera, las matas de fume y piquillín, sobreviven algunos chañares que dan algo de sombra bajo el seco sol que deja el suelo sin semillas. El toro se acerca a esos hombres, pide pasto, otras tierras que a lo lejos se ven verdear, los sembrados vecinos que estaban verdes y ahora amarillos, espigados, pero los hombres se ríen, cazan, llevan perros que los corren.
El toro choca un bulto, algo cae, los hombres corren, gritos, ruidos, un olor fresco, claro. El toro ya no pide, siente un gusto amargo en la comisura de sus labios, entre bufidos, es lo caliente que baja de su cuerno. El toro ya no pide, porque es toro. Las vacas miran, los hombres corren, el toro patea, un perro vuela y cae aullando. El toro comprende, a ellos también los alcanza la muerte, él y todas las vacas ven lo que los humanos no, una sombra que se desplaza fugaz, rauda, por la pampa y alcanza al hombre caído.

Carlos Ariel Genco, 5-5-2014

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