lunes, 12 de mayo de 2014

Boca arriba mirando el cielo.



Boca arriba mirando el cielo.





Miro con desesperación hacia arriba, es lo único que puedo hacer, mirar hacia arriba, al cielo. Por un costado aparece cada tanto, supongo empujada por el viento, una rama al parecer de un sauce llorón. Ironía, pienso, parece una ironía que esté tirado así. Intento recordar por qué caí, porque si estoy tirado boca arriba, caí, pero no viene nada, solo una sensación de estar moviéndome entre árboles de intenso verde, pasto, sentir el viento chocar mi cara, frío, y mover mi pelo. Sí, tengo pelo lacio y me gusta cuando el viento lo mueve creando ondas. Estoy cerca de… tengo el recuerdo de una casa, grande, con galerías, un señor con bigotes desprolijos como un escobillón que ríe y dos más con boinas negras y cara gacha que acompañan sus bromas, parecen compinches, pero el viejo parece que manda. Una olla, una abuela de sonrisas intermitentes y ceno fruncido revolviendo. Familiar, es tan familiar.
¿Por qué no grité? No probé. Grito y vuelvo a gritar, habré quedado paralítico, aún no puedo moverme. Grito y siento pasos cerca, debe ser uno de los peones pienso, y una cabeza aparece por un lado del campo visual de los ojos, el terror se apresó de mi mente y paralizó lo poco que me quedaba de movilidad, mis pensamientos. Un animal que parecía un puma se acercó a mirarme mostrando los dientes, su hocico fruncido, podía sentir su aliento, su denso olor a animal, a perro. Su nariz negra investigó mis pómulos, mi boca, mi nariz y después lo sentí recorrer mi cuerpo desválido, mordió mi bota, porque uso botas, ahora lo recuerdo. Junté fuerzas y grité, sentí los tirones que pararon, grité nuevamente y pedí ayuda, sentí un gruñido de desagrado, seguí gritando no sé por cuanto tiempo hasta que apareció una cara frente a mis ojos, estás bien preguntaba, era una mujer, mi prima, estás bien, el puma decía yo, caí, el caballo, la rama; de pronto los recuerdos volvieron a recobrarse en mi mente. Dos lágrimas cayeron en mi oreja, mi prima lloraba. ¿Cuándo podré moverme? Me preguntaba, ¿Cómo estoy?, le decía. Llegaron dos hombres, los peones y el abuelo de bigotes grandes diciendo que no me preocupe. Arrastraron mi cuerpo a un camastro y la poca conciencia que aún me quedaba.
El doctor López le hablaba al abuelo, tuvo suerte, decía, lo podría haber despedazado. Donofrio lo corrió el otro día, hasta le puso una trampa pero usted sabe, decía, la naturaleza es naturaleza, la invadimos y ella nos invade, se cobra el terreno que le sacamos. Yo los escuchaba. De a poco había recobrado la movilidad, estaba débil, bastante desanimado. La columna, decía el doctor López, podría haberse quebrado, recuerde no confiarse la próxima vez que ande a caballo, los chicos de ciudad no son para andar en el campo. Vuélvase para Buenos Aires, deje el campo para comer un asado de vez en cuando. Miré por la ventana y lo que me parecía lindo y familiar ahora se me presentaba extraño y frío, una insurta imagen poblada por pastos secos y matas raleadas en distinto orden sobre la pampa, la aridez de la imagen me dio un ahogo.
El doctor López levantó sus instrumentos, médico de pueblo que se las sabe y conoce las limitaciones de la medicina en estos lugares, levantaba las cejas y decía el consabido qué se le va a hacer, las cosas son así por acá, las aceptamos porque nacimos y crecimos acá, usted, señorito, tiene opciones, yo moriría al segundo día en la ciudad, no la conozco, ni sus reglas. Usted hace ya una semana está por estos lares.

 Carlos Ariel Genco, 12- 05-2014

lunes, 5 de mayo de 2014

Vida fugaz







 Vida fugaz.


Han muerto los pastos, las vacas solo comen tierra, rumean polvo con sus ojos cansados, hartos de mirar la lejanía, de ver irse hijos, hijas y familiares que no vuelven más. Sufren pero esa conciencia les dura poco, la naturaleza se las ha retaceado y cuando ven a los hombres acercarse sobrevive solo una llamita que ya no es de furia, ni bronca, tan solo les produce desconfianza.
Hace rato ya del fuego que consumió la paja vizcachera, las matas de fume y piquillín, sobreviven algunos chañares que dan algo de sombra bajo el seco sol que deja el suelo sin semillas. El toro se acerca a esos hombres, pide pasto, otras tierras que a lo lejos se ven verdear, los sembrados vecinos que estaban verdes y ahora amarillos, espigados, pero los hombres se ríen, cazan, llevan perros que los corren.
El toro choca un bulto, algo cae, los hombres corren, gritos, ruidos, un olor fresco, claro. El toro ya no pide, siente un gusto amargo en la comisura de sus labios, entre bufidos, es lo caliente que baja de su cuerno. El toro ya no pide, porque es toro. Las vacas miran, los hombres corren, el toro patea, un perro vuela y cae aullando. El toro comprende, a ellos también los alcanza la muerte, él y todas las vacas ven lo que los humanos no, una sombra que se desplaza fugaz, rauda, por la pampa y alcanza al hombre caído.

Carlos Ariel Genco, 5-5-2014

jueves, 24 de abril de 2014

la primer mirada (microrrelato)



Estaba aburrido mirando el horizonte cuando de pronto vi, o entreví, que me miraba. Su atención se dirigió hacia mí, de a poco pero curiosa, insistente. Primero fue unos segundos, luego pasó a minutos y ayer la sentí (porque las miradas se presienten y sienten) como una hora más o menos. 
Yo me dije, le hablo, casi no me conoce, soy alguien nuevo o nueva para él. Me sorprendió su voz, que había escuchado innumerables veces hablar, reír, llorar. Debo dejar que insista, guardé silencio varios días y finalmente cansada de su insistencia, le respondí. Grande fue su sorpresa, la de aquel hombre cuando me escuchó, cuando escuchó por primera vez mi voz, la voz de su conciencia. No es para menos, hay mucha gente que nunca supo que la tuvo y se extingue como el fuego, sin leña, crepitando recuerdos inconscientes.

Carlos Ariel Genco,  25/4/2014

miércoles, 2 de abril de 2014

Entre lobos

 Entre lobos





No sé si pensarlo ahora. recojo mis cosas y me muevo por la calle vacía, la noche come hombres y mujeres por diversión, seres como lobos andan rondando de vereda en vereda. Camino y sus ojos se clavan en mí y en otros caminantes como si miraran corderos, o quisieran descubrirlos. Sus ojos preguntan, ¿sos cordero? ¿si te muerdo gritarás y pensarás en huir o devolverás el golpe, la dentellada, dolor por dolor? No hago muecas, sos tengo las miradas para no mostrar miedo, las luces de la calle son como antorchas, los lobos temen al fuego, debería llevar una.
Llamo a la puerta, espero, alguien se acerca, mueve la llave y abre, me mira curioso y pregunta ¿nos conocemos?, le respondo deberíamos, usted intenta comprender el fuego, yo soy el rey del fuego. Abro la mano y una llama brota sólida, limpia y se mantiene encendida en mi palma. Pase, dijo. Mis pies dejaron de derretir la nieve.

sábado, 1 de febrero de 2014

brazas en la noche (en proceso)

Ardía y el calor se extendía hasta cerca de los chañares, con un palo moví el fuego, las brazas se encendían aún más y detrás del humo estaban ellos, sentados, riendo, escuchando historias.